Desde que nos levantamos el Señor está con nosotros, diciéndonos, “Estad alertas, y no os acobardéis” (Ef. 3,13)… que “el Mal, como león rugiente, quiere devoraros” (1Ped 5, 8)
No nos cualifica nuestra buena voluntad sino la acción y la actitud de nuestra vida, que aún en su debilidad siente la urgente necesidad de iluminar la oscuridad del mundo.
“Mantened vuestras lámparas encendidas” (Lc 12,35), que el mundo está sumergido en la noche oscura y necesita la luz de quienes se fían del Señor. ÉL también nos dice, “que vuestra luz brille delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).
Nadie puede velar por cada uno de nosotros ni tener el aceite que Dios nos concede y reserva personalmente. El Reino no lo construimos con buenos deseos, sino manteniendo viva la actitud y la sed por construirlo. Lo que no hagamos en su momento no lo podremos realizar en ningún otro, que todos tienen su afán y su misión.
Señor, haz que me fíe de TI, y responda a todo lo que pones en mi corazón, en cada momento, que en todos, TÚ me pides ayudarte.