La Puerta 2

 “Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas. Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí.
Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran”.
Mt. 7, 6.12-14.

Vamos a establecer una escuela al servicio del Señor, en la cual esperamos no establecer nada riguroso, nada agobiante. Pero si se presentara alguna cosa un tanto severa, exigida por una razón de justicia a causa de la corrección de los vicios o para mantener la caridad, no huyamos inmediatamente, presos del terror, pues no nos podemos comprometer en el camino de la salvación de otra manera que por una puerta estrecha. El progreso de la vida y de la fe, se corre por los caminos de los mandamientos del Señor (Sl 118,32) con el corazón dilatado, en una inefable dulzura de amor. No nos alejemos jamás de su enseñanza y perseveremos en su doctrina hasta la muerte. Por la paciencia participaremos en los sufrimientos de Cristo (1P 4,13), y mereceremos la gracia de haber tomado parte en la construcción de su Reino.” San Benito.

Ante lo que nos plantea San Benito, ¿pudiéramos pensar que es lo que necesitamos?

¿Por qué creemos que lo que pensamos está más cerca de los deseos de Dios que lo que hacen y piensan los demás? ¿Dónde estamos seguros de haber entendido el Mensaje con más Espíritu y Verdad que los otros? ¿Dónde tengo seguridad de escuchar a los demás y ver en ellos a Dios de la misma manera que quiero que los demás lo vean y entiendan en mí? La Palabra en mí cobra razón cuando la intento escuchar y vivir con Humildad y con Misericordia, y éstas, “encarnadas” en todas las circunstancias de todos. Lo demás vendrá desde la confianza que pongamos en Dios y no en nosotros, y según los demás las aprecien “encarnadamente” en nuestro corazón. Y si tras esto sigo pensando que los demás obran fuera del esquema de Dios, no olvidar, “Perdónalos, Padre, no saben lo que hacen”.

Vaivenes y devaneos de la vida

Señor, Dios mío y Padre de toda la humanidad. Me abro a ti y no me pongo a la defensiva… Señor ¡Ten piedad.  me hablas así:

“Yo sé tus obras, de tu trabajo y paciencia, y que tú no puedes sufrir a los malos; has puesto a prueba a los que se dicen ser apóstoles y no lo son, y los has hallado mentirosos. Y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado por mi Nombre, y no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”. Ap 2, 2-5.… el Primer Amor… ¡Cuántas veces lo hemos rezado y hemos hablado de él…

Más allá de cómo hemos entendido la Libertad que Dios nos da y lo hace Glorioso, y del respeto externo que decimos tener, sin pruebas claras del amor que hemos entendido, ¿qué hemos hecho con el mensaje infinito que s nos ha manifestado? ¿Qué no hemos entendido de cuanto hemos vivido para no sabérnoslo aplicar entre nosotros? Y sin embargo, ¡con qué orgullo! hablamos cada vez que nos llega la ocasión.

¿Puede actuar Dios en nuestra inconstancia? Y aquellos que nos miran, ¿pueden advertir algo distinto, algo que no es lo que ven en el mundo?

Señor. Danos tu ayuda, ¿no ves que no sabemos auxiliarnos entre nosotros?

La Puerta 1

LA PUERTA 1

A lo largo del tiempo, ante cosas que no entendíamos familiarmente, me he preguntado muchas veces,

¿CÓMO HEMOS ENTENDIDO LA TAREA EVANGELIZADORA?

Y he recordado que en la celebración del bautizo de uno de nuestros hijos apareció con una luminosidad radiante esta frase:

“PASA Y PARTICIPA DE LO QUE ES TUYO”

Con ella se nos mostraba y recordaba una reflexión ante el Camino recorrido hasta entonces, la Verdad recibida y reconocida en tantas ocasiones, y la Infinita Vida que encerraba tan inesperada y en absoluto planificada realidad ante nosotros. Constituía una reflexión profunda y universal que nos daba motivos e impulsos para pensar y conducirnos desde la Palabra de Dios como «Única Fuente» en la que encontraríamos la Luz y la razón por la que dábamos la vida en favor del Reino de Dios y Su Justicia.

“Id al mundo y haced discípulos míos a todas las criaturas. Hacedlo como os lo he enseñado” Mt. 28, 19-20.

“Buscad y construid el Reino de Dios y Su Justicia” Mt 6, 24.

“Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. El camino es estrecho y angosto, porque ancho es el camino que lleva a la perdición”  Mt 7, 13.

ANTE ESTAS PALABRAS, NOS CUESTIONAMOS Y ORAMOS

¿Cómo nos vemos ante ellas? ¿Qué nos da garantía, más allá de nuestra convicción, por encima de la opinión y seguridad que mantenemos, tantas veces sin ratificarla y examinarla a la Luz del Espíritu y de sus resultados?

¿Dónde, en qué damos autoridad a lo que pensamos y a lo que hacemos?

Según nuestra visión y razón por la tarea en la que estamos dando la vida, ¿dónde mostramos que nos la planteamos, examinándola y examinándonos en lo que de espíritu evangélico contiene y lo que de profético y vivencial universal necesita la humanidad? ¿La compartimos y oramos hasta llegar a concluir juntos en lo bueno que existe? Según nuestra conclusión, ¿la aceptamos y asumimos como el tesoro de nuestro corazón, por el que estamos dispuestos a dar la vida?

… Mas si la sal se adultera…

Si la sal no sala, ¿quién le devolverá el sabor? Ser sal y no salar es una contradicción, no es lo que es, y al ser así, perdió su razón de lo que es.

¿Qué, quién nos devolverá lo que hemos perdido, lo que debía constituir y dar aquello que somos de parte de Quién nos creó, que lo quiso en el vientre de nuestra madre?

El Señor dijo a sus apóstoles: «Vosotros sois la luz del mundo». ¡Qué justas son las comparaciones que el Señor emplea para describir a nuestros padres en la fe! Los llama «sal», a ellos que nos enseñan la sabiduría de Dios, y «luz», a ellos que liberan nuestros corazones de la ceguera y las tinieblas de nuestra incredulidad.

Debemos estar en una continua reflexión/oración que nos haga percibir lo que la vida, las circunstancias, los cansancios en Su Nombre… De no encontrarles su sentido acabarán alejándonos de Él, sin percibirlo, y por ello, imposibilitándonos a volver a Él.

Y seguiremos creyendo estar en Él, cuando posiblemente nos hayamos alejado e imposibilitado de darnos cuenta de lo que nos ocurre.

Dios necesita de nuestra pequeña luz para manifestarse a muchos, ¿lo sentimos con esa “realidad luminosa” por la que nos ha elegido?

Podemos sentirnos ciego, pero no olvidemos que aún siendo así, Dios nos da su Luz que, en nuestra ceguera Él sirve para los que no lo ven…